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Carlos Rivera Lugo
Primero fueron los ataques devastadores de "Al Qaeda" a las Torres Gemelas del World Trade Center. Ahora los golpes destructores vienen del corazón mismo de Wall Street: la propia avaricia irracional del capital. Acertó siempre Carlos Marx cuando advirtió que el capital era el peor enemigo de sí mismo.
Llegaría a potenciar tal grado de riqueza y posibilidades reales de desarrollo y progreso para todos, que la apropiación privada de sus frutos por unos pocos se convertiría en una contradicción insalvable que le obligaría a acudir a la socialización progresiva del proceso mismo de producción y distribución como única manera de promover efectivamente el bienestar común. Se impondría así su reestructuración a partir del movimiento real que anula y supera dicha contradicción insalvable.
No he podido dejar de pensar en la admonición marxista que retorna implacablemente en medio de la actual crisis financiera que azota a los mercados financieros estadounidenses, calificada por el Premio Nobel Joseph Stiglitz como la peor desde la Gran Depresión del 1929-30 y tan sólo el principio de una crisis mucho mayor del capitalismo.
"Aunque no observásemos la conmoción financiera, sino la deuda doméstica, nacional y federal, el problema es serio. Nos estamos ahogando. Si observamos la desigualdad, que es la mayor desde la Gran Depresión, el problema es serio. Si observamos el estancamiento de los salarios, el problema es serio. La mayor parte del crecimiento económico de los últimos cinco años se basaba en la burbuja de la vivienda, que ahora ha estallado. Y los frutos de ese crecimiento no se repartieron ampliamente. En resumen, los cimientos no son buenos", sentenció el reconocido economista estadounidense en declaraciones a la prensa.
Puntualiza Stiglitz: "El programa de la globalización ha estado estrechamente ligado a los fundamentalistas del mercado: la ideología de los mercados libres y de la liberalización financiera. En esta crisis, observamos que las instituciones más basadas en el mercado de la economía más basada en el mercado se vienen abajo y corren a pedir la ayuda del Estado. Todo el mundo dirá ahora que éste es el final del fundamentalismo del mercado. En este sentido, la crisis de Wall Street es para el fundamentalismo del mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo: le dice al mundo que este modo de organización económica resulta insostenible. Al final, dicen todos, ese modelo no funciona."
Stiglitz califica como "monstruoso para los contribuyentes estadounidenses" el plan oficial de apoyo al sector bancario estadounidense. Para éste viola todas las reglas del capitalismo.
Según el neoliberalismo, la estabilidad monetaria y fiscal debe ser la meta suprema de cualquier gobierno, lo que requiere poner un límite a los gastos sociales y las intervenciones económicas del Estado con fines sociales. De ahí la gran contradicción del llamado hecho por el Secretario del Tesoro estadounidense Henry Paulson para que el Estado salga al rescate sin precedente del capital financiero estadounidense con un plan multibillonario que de no aprobarse rápidamente podría llevar a la economía de Estados Unidos al colapso. Anunció que instará que idénticas medidas deben tomar los demás países capitalistas.
Para todos los fines prácticos, el capitalismo empieza a operar a modo de un socialismo corporativo: socialismo de facto para el capital, es decir, el Estado puesto al servicio suyo, mientras el resto de la sociedad se las tiene que ver con el salvajismo del mercado capitalista. Es el fin del capitalismo como se había conocido bajo el neoliberalismo: el orden espontáneo del mercado, tan cacarreado por ese otro Nobel de Economía, el filósofo neoliberal de la Escuela de Chicago, Friedrich Von Hayek, resultó una monumental farsa, igual que la fantasmagórica "mano invisible" de Adam Smith.
Según Nouriel Roubini, economista de la New York University, "con la nacionalización de AIG, los camaradas Bush, Paulson y Bernanke (el titular del Banco de la Reserva Federal) nos dan la bienvenida en USSA", es decir, la Unión Socialista Soviética de América. Pero, como bien advierte, es un "socialismo para los ricos y Wall Street...donde los beneficios son privatizados y las pérdidas socializadas".
El riesgo ya había sido mundializado producto de la globalización de los mercados financieros. Por eso, las pérdidas de las instituciones financieras europeas por las hipotecas subprime han sido mayores que en Estados Unidos. El capital financiero estadounidense las embarcó con el valor simbólico y virtual de sus activos hipotecarios. Y lo que al principio aparecía como un problema coyuntural de liquidez, acabó siendo un problema de solvencia general de todo el sistema. La recesión actual es el resultado de esta metástesis que arropa ya a todo el sistema capitalista global, donde una determinada condición local repercute ya sobre la totalidad del sistema.
Existe al respecto una gran ironía en toda esta situación que no pasa desapercibida en Nuestra América. Mientras en tiempos recientes el gobierno y las instituciones financieras de Estados Unidos pretendieron dictar cátedra a los países latinoamericanos sobre las condiciones imprescindibles para la existencia de un libre mercado, incluyendo la reducción de todo intervencionismo estatal en la economía para compensar por las irracionalidades del mercado, hoy acuden a las mismas recetas que le prohibieron a sus vecinos del Sur. Así le recriminó, por ejemplo, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva cuando en días pasados al referirse a esos "bancos muy importantes que estuvieron opinando, diciendo lo que debíamos o no hacer, midiendo el riesgo del país, recomendando a inversionistas si Brasil era o no confiable" y como esas mismas instituciones hoy "están quebrando".
Esos bancos, señaló el mandatario brasileño "lo que determinaron no fue la libre circulación de capital, la generación de empleos y riqueza, sino la especulación; transformaron algunos sectores del sistema financiero en casinos, perdieron en la ruleta".
Asimismo, la presidenta argentina, Cristina Fernández indicó que veía "cómo ese primer mundo que nos habían pintado en algún momento como la meca a la que debíamos llegar, se derrumba como una burbuja".
Por su parte, el mandatario venezolano Hugo Chávez Frías, puntualiza que hoy la América nuestra comienza a transitar por un camino económico propio y, por ende, está más fuerte para enfrentar la actual crisis del capitalismo.
El líder bolivariano, quien ha sido criticado por Washington por favorecer la intervención estatal en la economía para beneficio del interés común, insistió que lo que se vive es "el derrumbe financiero del capitalismo global", lo que afecta a los "que están fuertemente enganchados con la economía de Estados Unidos". "Nosotros hemos comenzado a desengancharnos. Eso no significa que seamos invulnerables, porque se trata del desplome de un gigante", añadió.
Chávez insistió en la necesidad de adelantar más agresivamente la propuesta del Banco del Sur para contrarrestar los efectos de la crisis financiera capitalista por medio de la constitución de esta entidad regional que les permita a los países latinoamericanos manejar de forma soberana sus reservas internacionales y sus políticas monetarias.
A la economía norteamericana le ha sucedido algo muy similar a las crisis de México, Argentina y Brasil de la década pasada. ¿Quién lo hubiera pensado? Su vulnerabilidad sólo viene a enfatizar por qué el futuro de Nuestra América está en otra parte. Ni el Norte ni el capitalismo son ya destinos únicos ni deseables. La crisis se nos presenta, pues, como oportunidad y desafio.
Ahora bien, hay que advertir que igual que no existe un orden autoregulado del mercado, tampoco existe el derrumbre automático del capitalismo. El desastre le es consustancial al capital, nos señala Naomi Klein. La crisis se presenta también como una oportunidad del sistema para sanearse y beneficiarse, aunque sea por otro trecho y tiempo adicional hasta su próximo desastre. En ese sentido, las múltiples rebeliones constitutivas de un nuevo modo de organización de la vida centrada en el adelanto del bien común, siguen siendo imprescindibles. La economía es en el fondo cuestión política y estratégica, es decir, de poder, y no de alzas o bajas en el mercado de valores. Seguir ignorando este hecho sólo constituye entonces el origen del eterno retorno del desastre nuestro de cada día bajo este perverso sistema capitalista.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño "Claridad".
Primero fueron los ataques devastadores de "Al Qaeda" a las Torres Gemelas del World Trade Center. Ahora los golpes destructores vienen del corazón mismo de Wall Street: la propia avaricia irracional del capital. Acertó siempre Carlos Marx cuando advirtió que el capital era el peor enemigo de sí mismo.
Llegaría a potenciar tal grado de riqueza y posibilidades reales de desarrollo y progreso para todos, que la apropiación privada de sus frutos por unos pocos se convertiría en una contradicción insalvable que le obligaría a acudir a la socialización progresiva del proceso mismo de producción y distribución como única manera de promover efectivamente el bienestar común. Se impondría así su reestructuración a partir del movimiento real que anula y supera dicha contradicción insalvable.
No he podido dejar de pensar en la admonición marxista que retorna implacablemente en medio de la actual crisis financiera que azota a los mercados financieros estadounidenses, calificada por el Premio Nobel Joseph Stiglitz como la peor desde la Gran Depresión del 1929-30 y tan sólo el principio de una crisis mucho mayor del capitalismo.
"Aunque no observásemos la conmoción financiera, sino la deuda doméstica, nacional y federal, el problema es serio. Nos estamos ahogando. Si observamos la desigualdad, que es la mayor desde la Gran Depresión, el problema es serio. Si observamos el estancamiento de los salarios, el problema es serio. La mayor parte del crecimiento económico de los últimos cinco años se basaba en la burbuja de la vivienda, que ahora ha estallado. Y los frutos de ese crecimiento no se repartieron ampliamente. En resumen, los cimientos no son buenos", sentenció el reconocido economista estadounidense en declaraciones a la prensa.
Puntualiza Stiglitz: "El programa de la globalización ha estado estrechamente ligado a los fundamentalistas del mercado: la ideología de los mercados libres y de la liberalización financiera. En esta crisis, observamos que las instituciones más basadas en el mercado de la economía más basada en el mercado se vienen abajo y corren a pedir la ayuda del Estado. Todo el mundo dirá ahora que éste es el final del fundamentalismo del mercado. En este sentido, la crisis de Wall Street es para el fundamentalismo del mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo: le dice al mundo que este modo de organización económica resulta insostenible. Al final, dicen todos, ese modelo no funciona."
Stiglitz califica como "monstruoso para los contribuyentes estadounidenses" el plan oficial de apoyo al sector bancario estadounidense. Para éste viola todas las reglas del capitalismo.
Según el neoliberalismo, la estabilidad monetaria y fiscal debe ser la meta suprema de cualquier gobierno, lo que requiere poner un límite a los gastos sociales y las intervenciones económicas del Estado con fines sociales. De ahí la gran contradicción del llamado hecho por el Secretario del Tesoro estadounidense Henry Paulson para que el Estado salga al rescate sin precedente del capital financiero estadounidense con un plan multibillonario que de no aprobarse rápidamente podría llevar a la economía de Estados Unidos al colapso. Anunció que instará que idénticas medidas deben tomar los demás países capitalistas.
Para todos los fines prácticos, el capitalismo empieza a operar a modo de un socialismo corporativo: socialismo de facto para el capital, es decir, el Estado puesto al servicio suyo, mientras el resto de la sociedad se las tiene que ver con el salvajismo del mercado capitalista. Es el fin del capitalismo como se había conocido bajo el neoliberalismo: el orden espontáneo del mercado, tan cacarreado por ese otro Nobel de Economía, el filósofo neoliberal de la Escuela de Chicago, Friedrich Von Hayek, resultó una monumental farsa, igual que la fantasmagórica "mano invisible" de Adam Smith.
Según Nouriel Roubini, economista de la New York University, "con la nacionalización de AIG, los camaradas Bush, Paulson y Bernanke (el titular del Banco de la Reserva Federal) nos dan la bienvenida en USSA", es decir, la Unión Socialista Soviética de América. Pero, como bien advierte, es un "socialismo para los ricos y Wall Street...donde los beneficios son privatizados y las pérdidas socializadas".
El riesgo ya había sido mundializado producto de la globalización de los mercados financieros. Por eso, las pérdidas de las instituciones financieras europeas por las hipotecas subprime han sido mayores que en Estados Unidos. El capital financiero estadounidense las embarcó con el valor simbólico y virtual de sus activos hipotecarios. Y lo que al principio aparecía como un problema coyuntural de liquidez, acabó siendo un problema de solvencia general de todo el sistema. La recesión actual es el resultado de esta metástesis que arropa ya a todo el sistema capitalista global, donde una determinada condición local repercute ya sobre la totalidad del sistema.
Existe al respecto una gran ironía en toda esta situación que no pasa desapercibida en Nuestra América. Mientras en tiempos recientes el gobierno y las instituciones financieras de Estados Unidos pretendieron dictar cátedra a los países latinoamericanos sobre las condiciones imprescindibles para la existencia de un libre mercado, incluyendo la reducción de todo intervencionismo estatal en la economía para compensar por las irracionalidades del mercado, hoy acuden a las mismas recetas que le prohibieron a sus vecinos del Sur. Así le recriminó, por ejemplo, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva cuando en días pasados al referirse a esos "bancos muy importantes que estuvieron opinando, diciendo lo que debíamos o no hacer, midiendo el riesgo del país, recomendando a inversionistas si Brasil era o no confiable" y como esas mismas instituciones hoy "están quebrando".
Esos bancos, señaló el mandatario brasileño "lo que determinaron no fue la libre circulación de capital, la generación de empleos y riqueza, sino la especulación; transformaron algunos sectores del sistema financiero en casinos, perdieron en la ruleta".
Asimismo, la presidenta argentina, Cristina Fernández indicó que veía "cómo ese primer mundo que nos habían pintado en algún momento como la meca a la que debíamos llegar, se derrumba como una burbuja".
Por su parte, el mandatario venezolano Hugo Chávez Frías, puntualiza que hoy la América nuestra comienza a transitar por un camino económico propio y, por ende, está más fuerte para enfrentar la actual crisis del capitalismo.
El líder bolivariano, quien ha sido criticado por Washington por favorecer la intervención estatal en la economía para beneficio del interés común, insistió que lo que se vive es "el derrumbe financiero del capitalismo global", lo que afecta a los "que están fuertemente enganchados con la economía de Estados Unidos". "Nosotros hemos comenzado a desengancharnos. Eso no significa que seamos invulnerables, porque se trata del desplome de un gigante", añadió.
Chávez insistió en la necesidad de adelantar más agresivamente la propuesta del Banco del Sur para contrarrestar los efectos de la crisis financiera capitalista por medio de la constitución de esta entidad regional que les permita a los países latinoamericanos manejar de forma soberana sus reservas internacionales y sus políticas monetarias.
A la economía norteamericana le ha sucedido algo muy similar a las crisis de México, Argentina y Brasil de la década pasada. ¿Quién lo hubiera pensado? Su vulnerabilidad sólo viene a enfatizar por qué el futuro de Nuestra América está en otra parte. Ni el Norte ni el capitalismo son ya destinos únicos ni deseables. La crisis se nos presenta, pues, como oportunidad y desafio.
Ahora bien, hay que advertir que igual que no existe un orden autoregulado del mercado, tampoco existe el derrumbre automático del capitalismo. El desastre le es consustancial al capital, nos señala Naomi Klein. La crisis se presenta también como una oportunidad del sistema para sanearse y beneficiarse, aunque sea por otro trecho y tiempo adicional hasta su próximo desastre. En ese sentido, las múltiples rebeliones constitutivas de un nuevo modo de organización de la vida centrada en el adelanto del bien común, siguen siendo imprescindibles. La economía es en el fondo cuestión política y estratégica, es decir, de poder, y no de alzas o bajas en el mercado de valores. Seguir ignorando este hecho sólo constituye entonces el origen del eterno retorno del desastre nuestro de cada día bajo este perverso sistema capitalista.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño "Claridad".
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