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MOISÉS NAÍM 11/04/2010
Rusia es el país más grande del mundo. Su territorio ocupa el 12% del planeta y cuando los rusos que viven en uno de sus extremos están en sus tareas de la tarde, sus compatriotas en el otro extremo del país duermen, ya que para ellos son 10 horas más tarde. La grandeza rusa es legendaria y no sólo por su territorio. Sus contribuciones al arte y a las ciencias, su poderío militar y económico y su influencia en la política mundial son legendarias y colocan a Rusia entre las naciones que han moldeado la historia de la humanidad.
Pero es engañoso basarse en el protagónico pasado de Rusia para proyectar su futuro. La importancia de Rusia en el mundo viene disminuyendo y no hay nada que indique que esto vaya a cambiar. Seguirá siendo un país con un enorme territorio, armas nucleares y mucho gas. Y sin duda tendrá alguna influencia internacional. Pero cada vez menos.
Hay muchas fuerzas que impulsan esta declinación. Una muy importante es que cada vez hay menos rusos. La población rusa disminuirá en cerca de 10 millones de personas en los próximos 20 años (ahora alcanza a 142 millones de personas mientras que en 1991 eran 149 millones). La mortalidad entre los rusos en edad laboral es de tres a cinco veces mayor que la que se ve en países con niveles comparables de desarrollo.
Rusia es el país más grande del mundo. Su territorio ocupa el 12% del planeta y cuando los rusos que viven en uno de sus extremos están en sus tareas de la tarde, sus compatriotas en el otro extremo del país duermen, ya que para ellos son 10 horas más tarde. La grandeza rusa es legendaria y no sólo por su territorio. Sus contribuciones al arte y a las ciencias, su poderío militar y económico y su influencia en la política mundial son legendarias y colocan a Rusia entre las naciones que han moldeado la historia de la humanidad.
Pero es engañoso basarse en el protagónico pasado de Rusia para proyectar su futuro. La importancia de Rusia en el mundo viene disminuyendo y no hay nada que indique que esto vaya a cambiar. Seguirá siendo un país con un enorme territorio, armas nucleares y mucho gas. Y sin duda tendrá alguna influencia internacional. Pero cada vez menos.
Hay muchas fuerzas que impulsan esta declinación. Una muy importante es que cada vez hay menos rusos. La población rusa disminuirá en cerca de 10 millones de personas en los próximos 20 años (ahora alcanza a 142 millones de personas mientras que en 1991 eran 149 millones). La mortalidad entre los rusos en edad laboral es de tres a cinco veces mayor que la que se ve en países con niveles comparables de desarrollo.
Entre las mujeres, es el doble de la que existe en países similares. Alcoholismo, drogadicción, sida, accidentes industriales y viales y un defectuoso sistema de salud generan esta "hipermortandad" que, combinada con muy bajas tasas de fertilidad, producen la declinación poblacional y cambia la estructura demográfica del país. La población envejece y la fuerza laboral se reduce. También se está alterando la composición étnica del país ya que la población musulmana de Rusia tiene muy altas tasas de fertilidad (la región más fecunda de Rusia es Chechenia).
La demografía tiene consecuencias militares. La más obvia es que en los próximos 15 años la población disponible para el servicio militar disminuirá a la mitad. Esta caída podría compensarse dotando a los militares con armas más modernas. Pero, según Oksana Antonenko, directora del Instituto Estratégico de Estudios Internacionales, en el 2008 sólo el 20% del armamento ruso podía calificarse como moderno. Es sabido además que los militares rusos se enfrentan a enormes trabas para reformarse, modernizarse y evitar que su capacidad operativa disminuya.
Modernizar a las fuerzas armadas cuesta mucho dinero, al igual que mejorar la decrepita infraestructura del país. Antonenko señala que el 70% de los puertos y el 80% de los aeropuertos rusos necesitan de enormes y urgentes inversiones y que la mayoría de la flota de barcos y aviones rusos ya ha sobrepasado su vida útil. Lo mismo ocurre con la red eléctrica, el sistema vial y los ferrocarriles, cuyo deterioro está fragmentando aún más el enorme país. El petróleo y, más aún, las mayores reservas gas del mundo constituyen por supuesto la gran esperanza económica. Así, Rusia se va pareciendo cada vez más a un tradicional país petrolero (pero dotado de armas nucleares) y cada vez menos a una superpotencia.
Para ser una superpotencia hay que tener más que petróleo, gas y bombas atómicas. Desde 1990, Rusia ha ganado cinco premios Nobel; los Estados Unidos, 120. En la clasificación de las mejores universidades del mundo, elaborada por el Cybermetrics Lab, las universidades rusas brillan por su ausencia (la mejor situada llega sólo alcanzar el puesto 266). Según el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, que mide una amplia gama de indicadores de calidad de vida, casi todos los países han mejorado en los últimos 20 años. Excepto Rusia, cuyo índice disminuyó.
Pero en las listas de países hay algunas en las que Rusia sobresale. Por ejemplo, es el país que en las últimas dos décadas ha creado más billonarios. Según la revista Forbes, de las 400 personas más ricas del mundo, 50 viven hoy en Moscú (60 en Nueva York y 32 en Londres). No sé por qué esto me recuerda a otra lista en la que Rusia se destaca: está en el lugar 146 en la lista de 180 países incluidos en el índice de corrupción elaborado por Transparencia Internacional. En este ámbito Rusia comparte su posición con Sierra Leona.
Por esta y por otras mil razones es arriesgado suponer que en el futuro del mundo Rusia jugará un rol tan importante como el que jugó en su pasado.
La demografía tiene consecuencias militares. La más obvia es que en los próximos 15 años la población disponible para el servicio militar disminuirá a la mitad. Esta caída podría compensarse dotando a los militares con armas más modernas. Pero, según Oksana Antonenko, directora del Instituto Estratégico de Estudios Internacionales, en el 2008 sólo el 20% del armamento ruso podía calificarse como moderno. Es sabido además que los militares rusos se enfrentan a enormes trabas para reformarse, modernizarse y evitar que su capacidad operativa disminuya.
Modernizar a las fuerzas armadas cuesta mucho dinero, al igual que mejorar la decrepita infraestructura del país. Antonenko señala que el 70% de los puertos y el 80% de los aeropuertos rusos necesitan de enormes y urgentes inversiones y que la mayoría de la flota de barcos y aviones rusos ya ha sobrepasado su vida útil. Lo mismo ocurre con la red eléctrica, el sistema vial y los ferrocarriles, cuyo deterioro está fragmentando aún más el enorme país. El petróleo y, más aún, las mayores reservas gas del mundo constituyen por supuesto la gran esperanza económica. Así, Rusia se va pareciendo cada vez más a un tradicional país petrolero (pero dotado de armas nucleares) y cada vez menos a una superpotencia.
Para ser una superpotencia hay que tener más que petróleo, gas y bombas atómicas. Desde 1990, Rusia ha ganado cinco premios Nobel; los Estados Unidos, 120. En la clasificación de las mejores universidades del mundo, elaborada por el Cybermetrics Lab, las universidades rusas brillan por su ausencia (la mejor situada llega sólo alcanzar el puesto 266). Según el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, que mide una amplia gama de indicadores de calidad de vida, casi todos los países han mejorado en los últimos 20 años. Excepto Rusia, cuyo índice disminuyó.
Pero en las listas de países hay algunas en las que Rusia sobresale. Por ejemplo, es el país que en las últimas dos décadas ha creado más billonarios. Según la revista Forbes, de las 400 personas más ricas del mundo, 50 viven hoy en Moscú (60 en Nueva York y 32 en Londres). No sé por qué esto me recuerda a otra lista en la que Rusia se destaca: está en el lugar 146 en la lista de 180 países incluidos en el índice de corrupción elaborado por Transparencia Internacional. En este ámbito Rusia comparte su posición con Sierra Leona.
Por esta y por otras mil razones es arriesgado suponer que en el futuro del mundo Rusia jugará un rol tan importante como el que jugó en su pasado.
mnaim@elpais.es
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