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Dr. Edgar Jaimes, Profesor Titular Jubilado del NURR-ULA, Trujillo
En la primera parte de este análisis se abordó lo relativo a los tres conceptos de soberanías que rigen el desarrollo agroecológico sostenible, esto es: la soberanía agroalimentaria, la productiva y la energética. En esta ocasión se discute lo relativo a la adaptación de los diseños agroecológicos específicos a los efectos de diversos tipos de estrés ambientales (huracanes, desertificación, entre otros) que Altieri define como Resiliencia al Cambio Climático Global. Reitero a los lectores y lectoras hacer una revisión crítica del informe publicado por el Dr. Altieri en www.ecoportal.net, (Nº 394, el 02-07-09), con base en el cual realicé esta síntesis en dos partes.
Ante todo, es pertinente conocer qué es la resiliencia. Por ella se entiende la capacidad de recuperación de las condiciones de estado que exhibe un sistema biológico después de ser sometido a los efectos de fuerzas externas durante un periodo de tiempo. La resiliencia es un indicador muy útil para estimar la capacidad de resistencia que poseen los sistemas agroecológicos ante niveles extremos de estrés climático, luego del cual es capaz de recuperar sus propiedades bio-productivas. Desde esta perspectiva, el Dr. Altieri observó los efectos devastadores de los tres huracanes que afectaron a Cuba en el año 2008, comprobando que los sistemas más diversificados fueron los menos afectados en comparación con las extensas plantaciones de monocultivos las cuales están desprovistas de protección contra los huracanes. Así, la resiliencia a los desastres climáticos está íntimamente relacionada con los niveles de biodiversidad de las fincas. La diversificación es, por lo tanto, una estrategia importante para el manejo del riesgo de la producción en sistemas agrícolas pequeños.
En efecto, las fincas integrales cuanto más pequeñas, más fáciles de manejar y, frecuentemente, exhiben una respuesta productiva más efectiva y eficaz en comparación con las grandes fincas con cultivos únicos. De hecho, ya en Cuba hay por lo menos 100,000 familias campesinas y urbanas que logran niveles de productividad por hectárea capaces de alimentar entre 5-15 personas.
Esta relación inversa entre el tamaño de la finca y producción total la atribuye el Dr. Altieri al uso más eficiente de la tierra, del agua, de la biodiversidad y de otros recursos agrícolas por parte de los pequeños agricultores, que es evidente cuando se aplican prácticas productivas como las que se puntualizan a continuación:
1º) Uso de cultivares adaptados localmente a los requerimientos de hibernación y/o resistencia al calor y sequía.
2º) Aplicación de enmiendas orgánicas (estiércol, abonos verdes y cultivos de cobertura) para incrementar la humedad disponible en el suelo.
3º) Uso más eficiente del agua de riego mediante la utilización de sistemas de micro-aspersión o de riego localizado.
4º) Utilización de sistemas agroecológicos como cultivos intercalados, agroforestería e integración animal.
5º) Prevención de plagas, enfermedades e infestaciones de malezas mediante sistemas de regulación biológica, además del desarrollo y uso de cultivares resistentes a los entes bióticos dañinos.
6º) Uso de indicadores naturales para el pronóstico del clima para reducir riesgos en la producción.
7º) Utilización de diseños agroecológicos que estén en sintonía con una mayor resiliencia del entorno ambiental de las fincas, a los fines que aquellos puedan soportar los efectos perjudiciales de los estrés ambientales.
Producto de la aplicación de un conjunto de prácticas agroecológicas como las antes indicadas, el Dr. Altieri hace referencia de estudios agro-socioeconómicos realizados en Cuba en las dos últimas décadas, los cuales reportaron: “…rendimientos por hectárea que fueron 4 a 6 veces mayor en las fincas mixtas (cultivos-ganado) que en las fincas lecheras especializadas y la producción de leche fue el doble en las fincas mixtas que en las especializadas. En sistemas silvopastoriles se puede producir hasta 40 toneladas de materia seca/hectárea con una ganancia de 800 g/animal/día en la época de lluvia y 400 en la época seca y entre 3,000-3,500 litros/ha/año sin el uso de concentrados.”
Con base en estos antecedentes, Altieri estima sin reserva alguna que: “…si se potenciaran con este tipo de diseños agroecológicos diversificados todas las fincas campesinas y cooperativas agrarias, que en conjunto controlan el 67% de la tierra, Cuba no solo podría producir todo el alimento necesario para alimentar a los más de 11 millones de habitantes, sino sería capaz de suplir a la industria turística y cumplir con cuotas de agroexportación para generar divisas, para lo cual sólo requeriría de 1,5 millones de hectáreas.”
Sin lugar a dudas, la resiliencia a los desastres climáticos está íntimamente relacionada con los niveles de biodiversidad de las fincas toda vez que la mayor variabilidad de los sistemas agroecológicos, derivada de sus distintos arreglos espaciales y temporales, permiten la compensación de pérdidas ocasionadas por aquellos. Entender cómo en muchas áreas rurales cientos de agricultores se han adaptado o resistido a los eventos climáticos extremos es una fuente de conocimiento clave para el desarrollo de sistemas resilientes al cambio climático.
En síntesis, para que un plan de desarrollo agroecológico (local, regional o nacional) sea sostenible debe ser concebido bajo el enfoque de las tres soberanías y los niveles de resiliencia del entorno y de los sistemas de producción a implantar, tomando en cuenta las condiciones ecológico-ambientales de dicho entorno. jaimes@ula.ve
En la primera parte de este análisis se abordó lo relativo a los tres conceptos de soberanías que rigen el desarrollo agroecológico sostenible, esto es: la soberanía agroalimentaria, la productiva y la energética. En esta ocasión se discute lo relativo a la adaptación de los diseños agroecológicos específicos a los efectos de diversos tipos de estrés ambientales (huracanes, desertificación, entre otros) que Altieri define como Resiliencia al Cambio Climático Global. Reitero a los lectores y lectoras hacer una revisión crítica del informe publicado por el Dr. Altieri en www.ecoportal.net, (Nº 394, el 02-07-09), con base en el cual realicé esta síntesis en dos partes.
Ante todo, es pertinente conocer qué es la resiliencia. Por ella se entiende la capacidad de recuperación de las condiciones de estado que exhibe un sistema biológico después de ser sometido a los efectos de fuerzas externas durante un periodo de tiempo. La resiliencia es un indicador muy útil para estimar la capacidad de resistencia que poseen los sistemas agroecológicos ante niveles extremos de estrés climático, luego del cual es capaz de recuperar sus propiedades bio-productivas. Desde esta perspectiva, el Dr. Altieri observó los efectos devastadores de los tres huracanes que afectaron a Cuba en el año 2008, comprobando que los sistemas más diversificados fueron los menos afectados en comparación con las extensas plantaciones de monocultivos las cuales están desprovistas de protección contra los huracanes. Así, la resiliencia a los desastres climáticos está íntimamente relacionada con los niveles de biodiversidad de las fincas. La diversificación es, por lo tanto, una estrategia importante para el manejo del riesgo de la producción en sistemas agrícolas pequeños.
En efecto, las fincas integrales cuanto más pequeñas, más fáciles de manejar y, frecuentemente, exhiben una respuesta productiva más efectiva y eficaz en comparación con las grandes fincas con cultivos únicos. De hecho, ya en Cuba hay por lo menos 100,000 familias campesinas y urbanas que logran niveles de productividad por hectárea capaces de alimentar entre 5-15 personas.
Esta relación inversa entre el tamaño de la finca y producción total la atribuye el Dr. Altieri al uso más eficiente de la tierra, del agua, de la biodiversidad y de otros recursos agrícolas por parte de los pequeños agricultores, que es evidente cuando se aplican prácticas productivas como las que se puntualizan a continuación:
1º) Uso de cultivares adaptados localmente a los requerimientos de hibernación y/o resistencia al calor y sequía.
2º) Aplicación de enmiendas orgánicas (estiércol, abonos verdes y cultivos de cobertura) para incrementar la humedad disponible en el suelo.
3º) Uso más eficiente del agua de riego mediante la utilización de sistemas de micro-aspersión o de riego localizado.
4º) Utilización de sistemas agroecológicos como cultivos intercalados, agroforestería e integración animal.
5º) Prevención de plagas, enfermedades e infestaciones de malezas mediante sistemas de regulación biológica, además del desarrollo y uso de cultivares resistentes a los entes bióticos dañinos.
6º) Uso de indicadores naturales para el pronóstico del clima para reducir riesgos en la producción.
7º) Utilización de diseños agroecológicos que estén en sintonía con una mayor resiliencia del entorno ambiental de las fincas, a los fines que aquellos puedan soportar los efectos perjudiciales de los estrés ambientales.
Producto de la aplicación de un conjunto de prácticas agroecológicas como las antes indicadas, el Dr. Altieri hace referencia de estudios agro-socioeconómicos realizados en Cuba en las dos últimas décadas, los cuales reportaron: “…rendimientos por hectárea que fueron 4 a 6 veces mayor en las fincas mixtas (cultivos-ganado) que en las fincas lecheras especializadas y la producción de leche fue el doble en las fincas mixtas que en las especializadas. En sistemas silvopastoriles se puede producir hasta 40 toneladas de materia seca/hectárea con una ganancia de 800 g/animal/día en la época de lluvia y 400 en la época seca y entre 3,000-3,500 litros/ha/año sin el uso de concentrados.”
Con base en estos antecedentes, Altieri estima sin reserva alguna que: “…si se potenciaran con este tipo de diseños agroecológicos diversificados todas las fincas campesinas y cooperativas agrarias, que en conjunto controlan el 67% de la tierra, Cuba no solo podría producir todo el alimento necesario para alimentar a los más de 11 millones de habitantes, sino sería capaz de suplir a la industria turística y cumplir con cuotas de agroexportación para generar divisas, para lo cual sólo requeriría de 1,5 millones de hectáreas.”
Sin lugar a dudas, la resiliencia a los desastres climáticos está íntimamente relacionada con los niveles de biodiversidad de las fincas toda vez que la mayor variabilidad de los sistemas agroecológicos, derivada de sus distintos arreglos espaciales y temporales, permiten la compensación de pérdidas ocasionadas por aquellos. Entender cómo en muchas áreas rurales cientos de agricultores se han adaptado o resistido a los eventos climáticos extremos es una fuente de conocimiento clave para el desarrollo de sistemas resilientes al cambio climático.
En síntesis, para que un plan de desarrollo agroecológico (local, regional o nacional) sea sostenible debe ser concebido bajo el enfoque de las tres soberanías y los niveles de resiliencia del entorno y de los sistemas de producción a implantar, tomando en cuenta las condiciones ecológico-ambientales de dicho entorno. jaimes@ula.ve
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