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Dr. Edgar Jaimes Profesor Titular Jubilado del NURR-ULA
Este artículo es la primera parte de un análisis que realicé del informe presentado por el Dr. Miguel Altieri titulado “La paradoja de la agricultura cubana…”, publicado en http://www.ecoportal.net/, (Nº 394, el 02-07-09).
Es pertinente recordar que Cuba sufrió una aguda crisis económica y energética a comienzos de la década de los años noventa como consecuencia del derrumbe de la Unión Soviética (URSS) que, durante treinta y un años (1959-1990), representó su principal soporte en el suministro de insumos industriales, agroindustriales, combustibles y agroquímicos. Para enfrentar esta crisis el gobierno cubano debió recurrir a una medida extrema, denominada “Periodo Especial en Tiempos de Paz” que duró cinco años (1990-1995), tiempo en el cual se redujo en un 50 % las importaciones de insumos claves para la agricultura.
Esta coyuntura potenció la adopción de principios agroecológicos que orientaron la investigación agrícola y extensión rural en Cuba, permitiendo la adquisición de experiencias agroecológicas, alto nivel de conocimiento científico y el desarrollo de una organización social de base que se tradujo en un apreciable incremento en la producción de granos, hortalizas, frutas y animales menores provenientes de las fincas campesinas y de la agricultura urbana. No obstante, Cuba aún importa el 65% de los alimentos. Esta realidad es lo que el Dr. Altieri llama “La paradoja de la agricultura cubana”.
Esta política de importar alimentos, que fue impuesta no sólo por el periodo especial sino por el embargo económico además de los efectos catastróficos de los huracanes a consecuencia del cambio climático global, ha constituido una vía para que se pueda hacer una transición hacia sistemas más sustentables sin padecer hambruna.
En ello ha cumplido un rol eficaz la Agroecología, ya que ella provee las bases científicas y metodológicas para integrar sistemas de producción diversificados, privilegiando el reciclaje y el uso de insumos locales y tecnologías auto-regenerativas, con el objetivo de mejorar la producción de alimentos y energía.
De allí que el desafío inmediato para la actual generación es transformar la agricultura industrial e iniciar una transición hacia sistemas alimentarios no dependientes del petróleo ni de tecnologías de altos insumos. Según Altieri, la clave para ello está en la definición y aplicación simultánea de tres soberanías sobre las cuales se apoya el desarrollo agroecológico sostenible, es decir: las soberanías alimentaria, productiva y energética. Así, para que Cuba u otra nación pueda garantizarse una seguridad agroalimentaria endógena y permanente es necesario hacer converger las tres visiones de soberanía en regiones o municipios dentro de planes de desarrollo agroproductivos integrales definidos bajo el enfoque sistémico. Estas tres visiones de soberanía son:
1º) La soberanía alimentaria. Ella reside en el derecho que tiene Cuba, y cualquier país del mundo, a definir un modelo de desarrollo agrícola propio sobre la base de sistemas productivos endógenos que garanticen la satisfacción de las necesidades de alimento de la población dentro de los límites impuestos por la economía nacional y global.
2º) La soberanía productiva. Es la que se logra con sistemas de bajos insumos energéticos a un costo por unidad de divisas menor que la importación de alimentos o su producción industrializada. Esto es factible a través de las tecnologías autóctonas (lombricompost), sistemas de producción diversificados (policultivos, rotaciones, sistemas agroforestales y silvopastoriles) y utilizando fuentes energéticas alternativas (tracción animal, biogás, energía hidráulica, eólica y solar).
3º) La soberanía energética. Es el resultado de la combinación de las dos anteriores y consiste en la adaptación del potencial genético y biológico de las plantas cultivables y especies animales a las condiciones ecológicas de las fincas, en lugar de modificar éstas para adaptarlas a los requerimientos agronómicos y zootécnicos que caracterizan a los usos más frecuentes de la tierra.
Es pertinente tener claro que la integración de estas tres soberanías nada tiene que ver con la simple adopción de prácticas agroecológicas ya que esto no garantiza que un sistema productivo sea más sustentable. Ciertamente, muchas de estas prácticas no son otra cosa que la simple sustitución de insumos, cuyo objetivo es superar el efecto de uno o más factores limitantes y no la causa que lo origina.
Lo novedoso es identificar el conjunto de prácticas agroecológicas que sean mutuamente adaptativas y se expresen en un mayor rendimiento y estabilidad del agroecosistema. De esta forma, cada sistema de producción representa una combinación única de prácticas de manejo que, en última instancia, es la que estimula las interacciones ecológicas específicas que explican la respuesta productiva del sistema, es decir no son las prácticas en sí mismas las que son efectivas sino los procesos ecológicos promovidos por esas prácticas. De allí que, si se quisiera convertir una finca a un manejo agroecológico, no basta con copiar las prácticas de manejo que se usan en fincas orgánicas vecinas exitosas, sino más bien asegurar que las interacciones ecológicas que explican el funcionamiento de las fincas vecinas, también se den en el sistema que se desea convertir.
Según el Dr. Altieri, en esta premisa parece estar la clave del desarrollo agroecológico sostenible, como expresión de la seguridad agroalimentaria de un país, ya que los diseños agroecológicos son específicos de cada lugar. En consecuencia, lo que se debería transferir hacia otras partes no son las técnicas, sino las interacciones ecológicas y las sinergias que gobiernan la sostenibilidad de un sitio específico. No tiene sentido transferir tecnologías o prácticas de un lado a otro, si éstas no son capaces de reproducir las interacciones ecológicas asociadas con esas prácticas.
jaimes@ula.ve
Este artículo es la primera parte de un análisis que realicé del informe presentado por el Dr. Miguel Altieri titulado “La paradoja de la agricultura cubana…”, publicado en http://www.ecoportal.net/, (Nº 394, el 02-07-09).
Es pertinente recordar que Cuba sufrió una aguda crisis económica y energética a comienzos de la década de los años noventa como consecuencia del derrumbe de la Unión Soviética (URSS) que, durante treinta y un años (1959-1990), representó su principal soporte en el suministro de insumos industriales, agroindustriales, combustibles y agroquímicos. Para enfrentar esta crisis el gobierno cubano debió recurrir a una medida extrema, denominada “Periodo Especial en Tiempos de Paz” que duró cinco años (1990-1995), tiempo en el cual se redujo en un 50 % las importaciones de insumos claves para la agricultura.
Esta coyuntura potenció la adopción de principios agroecológicos que orientaron la investigación agrícola y extensión rural en Cuba, permitiendo la adquisición de experiencias agroecológicas, alto nivel de conocimiento científico y el desarrollo de una organización social de base que se tradujo en un apreciable incremento en la producción de granos, hortalizas, frutas y animales menores provenientes de las fincas campesinas y de la agricultura urbana. No obstante, Cuba aún importa el 65% de los alimentos. Esta realidad es lo que el Dr. Altieri llama “La paradoja de la agricultura cubana”.
Esta política de importar alimentos, que fue impuesta no sólo por el periodo especial sino por el embargo económico además de los efectos catastróficos de los huracanes a consecuencia del cambio climático global, ha constituido una vía para que se pueda hacer una transición hacia sistemas más sustentables sin padecer hambruna.
En ello ha cumplido un rol eficaz la Agroecología, ya que ella provee las bases científicas y metodológicas para integrar sistemas de producción diversificados, privilegiando el reciclaje y el uso de insumos locales y tecnologías auto-regenerativas, con el objetivo de mejorar la producción de alimentos y energía.
De allí que el desafío inmediato para la actual generación es transformar la agricultura industrial e iniciar una transición hacia sistemas alimentarios no dependientes del petróleo ni de tecnologías de altos insumos. Según Altieri, la clave para ello está en la definición y aplicación simultánea de tres soberanías sobre las cuales se apoya el desarrollo agroecológico sostenible, es decir: las soberanías alimentaria, productiva y energética. Así, para que Cuba u otra nación pueda garantizarse una seguridad agroalimentaria endógena y permanente es necesario hacer converger las tres visiones de soberanía en regiones o municipios dentro de planes de desarrollo agroproductivos integrales definidos bajo el enfoque sistémico. Estas tres visiones de soberanía son:
1º) La soberanía alimentaria. Ella reside en el derecho que tiene Cuba, y cualquier país del mundo, a definir un modelo de desarrollo agrícola propio sobre la base de sistemas productivos endógenos que garanticen la satisfacción de las necesidades de alimento de la población dentro de los límites impuestos por la economía nacional y global.
2º) La soberanía productiva. Es la que se logra con sistemas de bajos insumos energéticos a un costo por unidad de divisas menor que la importación de alimentos o su producción industrializada. Esto es factible a través de las tecnologías autóctonas (lombricompost), sistemas de producción diversificados (policultivos, rotaciones, sistemas agroforestales y silvopastoriles) y utilizando fuentes energéticas alternativas (tracción animal, biogás, energía hidráulica, eólica y solar).
3º) La soberanía energética. Es el resultado de la combinación de las dos anteriores y consiste en la adaptación del potencial genético y biológico de las plantas cultivables y especies animales a las condiciones ecológicas de las fincas, en lugar de modificar éstas para adaptarlas a los requerimientos agronómicos y zootécnicos que caracterizan a los usos más frecuentes de la tierra.
Es pertinente tener claro que la integración de estas tres soberanías nada tiene que ver con la simple adopción de prácticas agroecológicas ya que esto no garantiza que un sistema productivo sea más sustentable. Ciertamente, muchas de estas prácticas no son otra cosa que la simple sustitución de insumos, cuyo objetivo es superar el efecto de uno o más factores limitantes y no la causa que lo origina.
Lo novedoso es identificar el conjunto de prácticas agroecológicas que sean mutuamente adaptativas y se expresen en un mayor rendimiento y estabilidad del agroecosistema. De esta forma, cada sistema de producción representa una combinación única de prácticas de manejo que, en última instancia, es la que estimula las interacciones ecológicas específicas que explican la respuesta productiva del sistema, es decir no son las prácticas en sí mismas las que son efectivas sino los procesos ecológicos promovidos por esas prácticas. De allí que, si se quisiera convertir una finca a un manejo agroecológico, no basta con copiar las prácticas de manejo que se usan en fincas orgánicas vecinas exitosas, sino más bien asegurar que las interacciones ecológicas que explican el funcionamiento de las fincas vecinas, también se den en el sistema que se desea convertir.
Según el Dr. Altieri, en esta premisa parece estar la clave del desarrollo agroecológico sostenible, como expresión de la seguridad agroalimentaria de un país, ya que los diseños agroecológicos son específicos de cada lugar. En consecuencia, lo que se debería transferir hacia otras partes no son las técnicas, sino las interacciones ecológicas y las sinergias que gobiernan la sostenibilidad de un sitio específico. No tiene sentido transferir tecnologías o prácticas de un lado a otro, si éstas no son capaces de reproducir las interacciones ecológicas asociadas con esas prácticas.
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