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Por: ENRIQUE CONTRERAS RAMÍREZ
Cuando
planteamos, que el poder es una negación de la libertad, nos referimos al PODER
que hasta ahora hemos conocido, el que han desarrollado los modelos socioeconómicos
que hasta el momento ha conocido la humanidad
y de allí que el antipoder, tiene
que manifestarse como un constructor en colectivo que sea alternativa real
frente al poder conocido y esa alternativa real no puede ser otra cosa que un
nuevo proyecto civilizatorio, bajo un nuevo paradigma que sea capaz de
armonizar al ser humano junto a la naturaleza y todos los pobladores que en el
planeta habita.
Los procesos de cambio, de
transformación, de revoluciones auténticas y verdaderas en las utopías de los
pueblos, representan necesariamente un proceso de construcción que hacen las
patrias en colectivo y no los partidos, ni las vanguardias, ni los gobiernos,
es hacer caminos, es reconocernos en términos de igualdad entre los seres
humanos, es cooperación y al mismo tiempo, compartir sacrificios y muchos
esfuerzos, es perseguir y recorrer caminos hasta encontrar objetivos comunes
donde se aspire a un mañana mejor, para que el sol salga para todos y la
“aurora de la libertad y la justicia resplandezcan en el horizonte de la
patria”, como dice la cantata de Fabricio Ojeda.
Esos procesos de cambio y
transformación deben expresar un profundo
amor por la Humanidad y la Tierra,
se trata de construir una ética que implique un respeto profundo por los
derechos humanos y del medio ambiente natural. Es construir un lugar para la
convivencialidad donde el hombre viva en armonía con la naturaleza, es un
espacio para la práctica de la libertad que conlleve a valorarnos como seres
humanos, a elaborar una deontología y una axiología con convicciones críticas y
comprometidas que rechace toda actitud, comportamiento y acción que intente
agredir y violentar la dignidad humana. Es unir la solidaridad, la reciprocidad
y el amor por la humanidad y la tierra para construir un nuevo modelo
civilizatorio que nos lleve a elaborar una nueva sociedad, un proyecto sin
relaciones de poder y por lo tanto, sin oprimidos y sin opresores.
Desde esta bandera, proclamamos la
necesidad de parir un nuevo modelo social y económico, una nueva civilización,
ajustada a nuestras realidades, que recupere nuestra idiosincrasia, nuestro
pensamiento mágico-religioso, nuestra cultura, nuestra libertad, nuestra
auténtica forma de ser, que recupere nuestros ríos, quebradas, lagos y mares,
nuestros bosques, nuestra fauna y donde seamos capaces de convivir en concordia con nuestro medio ambiente
natural. Es la civilización de la esperanza, del nuevo amanecer, donde el
sistema de producción que se genere, no sea para producir mercancías y
llevarlas al mercado de la oferta y la demanda, sino para producir hombres
libres y emancipados. Un nuevo modo de producción, capaz de satisfacer las
necesidades del ser humano, que le dé tiempo al ocio creador, a ser libre,
solidario, fraternal, educarse en plena y absoluta libertad, capaz de romper
con la dependencia tecnológica y científica conocida hasta ahora y que sólo
está al servicio de los que la pueden pagar. Una sociedad capaz de romper con
las relaciones de poder para abrirle espacios a la emancipación.
Muchas de las ideas aquí expuestas,
forman parte del debate colectivo que Tercer Camino tiene dentro de sus
estructuras organizativas y que muchos sectores revolucionarios en América
Latina y el Caribe libran, es la búsqueda de alternativas distintas a las conocidas
hasta ahora, cada quien las toma y las adapta a sus realidades, se trata de
encontrar un camino propio, que devuelva la esperanza a esa inmensa mayoría de
excluidos, que aspirando y esperando
cambios y transformaciones de su modo de vida, han caído en la frustración de
sus sueños libertarios y de la posibilidad de tener una patria que dignifique
la vida en unión.
Aquí el planteamiento de Douglas
Bravo toma vigencia, para expresar que: “Un proyecto alternativo de nueva
civilización y el Caribe es el asiento, como hemos dicho, de ese nuevo
proyecto, desarrollara un nuevo modo de producción, no capitalista, no
industrializado, (…) no depredador. Será una manera de producir que también
tiene mucho que ver con la reconstrucción de la memoria histórico-cultural que
contiene las formas de alimentación, distribución y consumo que quedaron
sepultadas en el proceso de occidentalización. Si la forma de producir no es
alternativa al capitalismo, quedará atrapada
finalmente como ocurrió con la economía del socialismo (…). Esa forma de
producir caribeña reivindicará nuevamente las relaciones hombre-naturaleza en
este espacio geográfico, político, social, religioso, cultural, tecnológico,
económico. Esa es la utopía que hoy presentamos para la discusión”. (BRAVO, Douglas.
“Utopía del Tercer Milenio”, Edit. El Centauro. Caracas, 1997.pp. 21).
REVISARNOS PARA
REENCONTRARNOS
Se trata de la construcción de un
modelo societario distinto y totalmente opuesto a cualquier forma
“civilizadora” de las que nos tienen acostumbrados, llámese capitalismo o
socialismo. Buscar una nueva civilización, sin desestimar los aportes que nos
pueden dar las teorías revolucionarias
-siempre y cuando- en la práctica
sean instrumentos que nos hagan independientes, solidarios y protagonistas de
nuestros propios procesos históricos.
Hoy día, requerimos procesar y
repensar la información, el conocimiento y las teorías transformadoras, para
recrearlas, esto implicaría la elaboración de un corpus teórico propio. Que
surja de realidades concretas en el tiempo y en nuestro espacio, partiendo de
lo que fuimos socioculturalmente a comienzos del poblamiento de este nuestro
continente latinoamericano. Buscar y encontrar en este legado histórico
concreto nuestra razón de ser, existir y vivir.
Hallar en esas áreas culturales el
modo de ser indiano, latinoamericano, su espiritualidad, su religiosidad, sus
valores, su ética, su filosofía, sus creencias, en otras palabras, su
cosmogonía del mundo.
Este planteamiento, nos obliga a
revisar conceptos como “desarrollo”, “tecnología, “ciencia”, “progreso”,
“sociedad”, “crecimiento”, “industrialización”, “civilización”, “democracia”
-entre otros- ya que los mismos han dejado en nuestro territorio solamente
miseria, hambre, marginalidad y dependencia.
Estos criterios no han respondido a
nuestras necesidades como nación y como pueblo. En estos conceptos todos
occidentalizados e impuestos desde la colonia hasta nuestros días, por quienes
siempre nos han dominado, de por si tramposos, han sido utilizado para la
colonización y ahora para la recolonización de nuestro continente, para
hacernos más dependientes, más subdesarrollados e imponernos modelos de
civilización, que además de explotar al hombre, ahora buscan la destrucción del
mismo, en ese nuevo modelo de dominación llamado globalización.
En el marco de estas reflexiones y
de otras posiciones que viene sosteniendo el movimiento revolucionario
latinoamericano, es donde hay que buscar, el modelo civilizatorio que queremos,
para evitar repetir los errores de otros pueblos y no entramparnos nuevamente,
en malas interpretaciones y fusiones que nos pueden conducir al fracaso tan
frustrante y castrador de los mal llamados “socialismos”.
Es obligatorio reunificar los
esfuerzos, robustecerlos, ampliarlos, para fortalecer las utopías de nuestros
pueblos y al propio movimiento revolucionario, para impulsar y mejorar la lucha
insurgente de la nación latinoamericana.
Es plantearnos el enfrentamiento, en
la unidad de nuestras gentes, que conduzca al derrocamiento de las oligarquías,
de las burguesías, de las clases políticas, tanto de la derecha como de la mal
llamada izquierda del sistema dominante, para que de paso a la ejecutoria de un
programa mínimo de contenido patriótico, nacionalista y de auténtica
participación de las muchedumbres, con carácter antiimperialista y
antiglobalizador.
Hemos afirmado, en muchas oportunidades
a través de nuestras largas discusiones, que no nos interesa tomar ese “poder
del Estado”, porque ese poder que tanto en el llamado socialismo real y el
capitalismo se instaura, sólo ha servido para mantener y expresar una relación
de opresión, que en la práctica deja una
real antinomia entre libertad y poder, ambas son IRRECONCILIABLES, llevan
consigo la lucha de clases y engendra necesariamente dentro del seno de la
sociedad donde se desarrolla ese poder del Estado, el derecho natural a la rebelión
de los pueblos, al asumir su rol histórico y su papel protagónico por la
libertad.
PODER Y ESTADO: UNA ANTINOMIA
En el año 1981, en un documento
titulado “Rebelión y nuevo poder”, publicado en la revista “RUPTURA
CONTINENTAL”, reflexión colectiva y llevada al papel por Argelia Melet y
Douglas Bravo en el libro “La otra crisis” se indicaba lo siguiente: “Es por
ello que hablamos de un nuevo poder. Al mismo tiempo, no se nos escapa que
libertad y poder, son términos esencialmente contradictorios. La libertad de
todos implica la ausencia de poder, el no-poder. Y el poder es siempre una
negación de la libertad de otros. De forma que en realidad, un poder distinto
no puede ser otra cosa que la negación del poder, el anti-poder.”
Cuando planteamos, que el poder es
una negación de la libertad, nos referimos al PODER que hasta ahora hemos
conocido, el que han desarrollado los modelos socioeconómicos que hasta el
momento ha conocido la humanidad y de
allí que el antipoder, tiene que
manifestarse como un constructo en colectivo que sea alternativa real frente al
poder conocido y esa alternativa real no puede ser otra cosa que un nuevo
proyecto civilizatorio, bajo un nuevo paradigma que sea capaz de armonizar al
ser humano junto a la naturaleza y todos los pobladores que en el planeta
habita. Armonizar, significa llegar acuerdos, donde no miremos al que está a
nuestro lado como el inferior, sino al igual, como lo concibe Paulo Freire.
Cuando hablamos de la nueva
civilización como concepto, como un nuevo paradigma que va más allá de la
herejía, nos conduce a tener que asumir con valentía las criticas que vienen de
los sectores que defienden el socialismo o el capitalismo, unos por su nivel de
enajenación mental y los más por defender sus privilegios económicos y
políticos que mantienen dentro de los sistemas que promueven.
Para nosotros, me refiero a los que
buscamos terceros caminos, entendemos, que no se trata de hacer reformas
vulgares en nombre de la “revolución” y de hablar de la perfectibilidad de la
“democracia” para seguir engañando a los pueblos, para seguir cabalgando sobre
conceptos occidentales, en función de dejar en la práctica las cosas como
están. Sobre el tema Kleber Ramírez (1991) es contundente al señalar: “En estas
condiciones, ciertos políticos teorizan diciendo que debemos luchar por la
perfectibilidad de la democracia, pero por supuesto, siempre en el sentido de
las reformas. Pero ellas son las que se pueden ir acumulando en las diversas
etapas; ahora hemos llegado al final del ciclo; las reformas adquieren un
sentido vacuo, en vez de entusiasmar producen reserva, porque la gente intuye
que son cambios para que todo siga igual, cuando de lo que se trata es de
realizar profundas transformaciones.
Es aquí donde asimilamos el accionar
político, la lucha por la consecución de objetivos político-sociales claros y
precisos, con una marcha incesante en pos del horizonte, hacia una
perfectibilidad continua.” (RAMÍREZ, Kleber. “Venezuela la IV República.
Caracas, 1991.pp. 173).
Se trata de construir un pensamiento propio y emancipador, es parte de
la dialéctica, donde no puede haber fronteras, donde nos encontremos con
nuestros sueños, el humanismo militante, la solidaridad, los revolucionarios,
los militares patriotas, la iglesia comprometida, la desobediencia, los
patriotas rebeldes, la insurgencia popular,
la esperanza y la conjura, para hacer de la utopía un proceso
ontocreador que nos conduzca a la emancipación de nuestros pueblos y la
construcción de un modelo civilizatorio que ennoblezca la vida.
Los que somos militantes de la
utopía, seguimos soñando que es posible un mundo o una civilización distinta a
la que conocemos, que la patria no es un concepto abstracto, que la misma es
cada uno de nosotros y que en ese espacio geográfico llamado por nuestros
indígenas Abya Yala, donde nuestro pueblo sufre y ama, ríe y llora, se
ilusiona, se llena de esperanzas, se cae pero se levanta, de rencores y odios,
que a veces conversa cuando le dejan hacerlo, que canta, baila y a ratos se
pelea, termina siempre sonriéndole a la vida. Pero sonríe, porque sabe que más
temprano que tarde habrá futuro, para que las generaciones que vienen, no
tengan las cadenas del colonialismo, porque también en el presente, ese mismo
pueblo sabe que su lucha que es nuestra lucha, romperá con esas carlancas y con
esa continuidad de la historia de la dominación y vendrá la emancipación de la
patria, la ruptura histórica y creadora, porque cuando llegue el momento, no
habrá retroceso.
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