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Dr. Edgar Jaimes, Prof. Titular Jubilado del NURR-ULA
En el contexto de análisis del problema de la pobreza y el hambre, que he venido desarrollando en las últimas cuatro semanas, es oportuno destacar el comentario que realizó el Dr. Richard Schargel, científico de suelo y Profesor Titular Jubilado de la UNELLEZ, quien expresó mucho interés en los documentos que publiqué sobre esta problemática. Sin embargo, manifestó dudas en torno a la factibilidad de aplicar medidas contundentes para erradicar estos problemas, más aún si ellas van a exigir algún sacrificio de los países más ricos, la mayoría de los cuales han entrado en situación de recesión económica. Según él, la tendencia estará dirigida a resolver los problemas propios de cada país, reduciendo la ayuda externa al mínimo.
El Dr. Schargel también señaló que: “…los países subdesarrollados enfrentan una creciente degradación de los suelos, ocupación de espacios agrícolas por otros usos, disminución de los incrementos de rendimiento de los principales cultivos en los últimos 10 años y crecimiento poblacional acelerado en los países más pobres”. En este sentido, los científicos del Centro de Información Internacional de Suelos de Referencia (ISRIC, por sus siglas en inglés) determinaron que en los países en desarrollo la capa arable de los suelos se ha venido perdiendo por el efecto combinado de la erosión y la desertificación, procesos que se han intensificado en los últimos veinte años a consecuencia del mal uso de las tierras a tal extremo que se ha medido que la superficie perdida o degradada es casi igual al tamaño de Estados Unidos y Canadá juntos, es decir un área equivalente a 20 millones de kilómetros cuadrados, afectando en forma directa el bienestar de 300 millones de personas.
Ante este panorama, por demás angustiante para la humanidad, se impone no sólo una reflexión sino la definición y aplicación de políticas locales y globales cuyos objetivos estén orientados, por una parte, al logro de la estabilidad política y el mejoramiento de la calidad ambiental del entorno eco-social donde la gente hace su vida y, por la otra, a la erradicación del hambre y la pobreza en la que viven más de 2500 millones de personas en todo el mundo.
De acuerdo con el Dr. Rattan Lal, científico de suelo adscrito a la Universidad de Ohio, el origen de esta problemática radica en dos causas principales: la deforestación y la degradación de los suelos.
Las soluciones a nivel local o regional tienen que ver con la definición y aplicación de políticas de Estado dirigidas a la conservación y/o restauración de los bosques húmedos y muy húmedos, que ocupan la franja ecuatorial intertropical, particularmente la selva amazónica, también denominada el pulmón vegetal del planeta tierra por su alta producción de oxígeno y elevada retención o secuestro del carbono atmosférico.
Efectivamente, según el Grupo de Investigación “Iniciativa Amazónica” y el Programa de Servicios Ecosistémicos para el Alivio de la Pobreza (ESPA, por sus siglas en inglés) demostraron que la definición y aplicación de incentivos, por parte de los entes gubernamentales, en términos de exención de impuestos, certificación de productos y la promoción y el mantenimiento de actividades agro-turísticas o eco-turísticas no sólo ayudan al empoderamiento de las comunidades sino que ayudan a detener la deforestación en la Amazonía brasilera.
Estas políticas, bien aplicadas, pueden convertirse a la larga en prácticas culturales que ayudarán en la educación de las poblaciones locales toda vez que empiezan a reconocer que conservar su ambiente natural les conviene desde todo punto de vista, en particular la Amazonía, ya que sobre este ecosistema se cierne la amenaza masiva y potencial del cambio climático, porque: “… si las temperaturas siguen subiendo en la región, todo el sistema forestal amazónico alcanzará una condición de estado de equilibrio (termodinámico), a partir del cual la totalidad del bosque se convertirá en inflamable y se comenzarán a manifestar incendios forestales masivos, fuera control.”. De hecho, ya esta condición explosiva es bien sabida desde hace tiempo, toda vez que en Brasil ocurren más de 20.000 incendios de selva amazónica por año, constituyendo uno de los países que más CO2 lanzan a la atmósfera, razón por la cual ocupa el cuarto lugar entre los países que más dióxido de carbono produce en el mundo.
De allí la importancia del Plan Estratégico presentado el 08-12-2008 por el gobierno de Brasil en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, que actualmente se realiza en Polonia. Según los expertos en la materia, el protocolo firmado por el Presidente Lula es equivalente a cuatro veces el protocolo de Kioto. Este Plan Estratégico para afrontar el Cambio Climático abarca tres acciones estratégicas específicas: la lucha contra la destrucción de la Amazonia; el ahorro energético y la producción de biocombustibles con el fin de disminuir en 500 millones de toneladas, la emisión de CO2 para el año 2017.
En síntesis, la solución global al problema del hambre y la pobreza en el mundo está en su mayor parte en la restauración de los suelos devastados o los que aún están preservados, a través de la implantación de sistemas forestales, agroforestales, agrícolas y agroecológicos que aumenten la captación y el almacenamiento de agua en el suelo con el fin de garantizar no sólo la producción de medios de vida (madera, fibra y alimentos) sino la absorción masiva (secuestro) por la vegetación del dióxido de carbono atmosférico, responsable directo del calentamiento global.
jaimes@ula.ve
En el contexto de análisis del problema de la pobreza y el hambre, que he venido desarrollando en las últimas cuatro semanas, es oportuno destacar el comentario que realizó el Dr. Richard Schargel, científico de suelo y Profesor Titular Jubilado de la UNELLEZ, quien expresó mucho interés en los documentos que publiqué sobre esta problemática. Sin embargo, manifestó dudas en torno a la factibilidad de aplicar medidas contundentes para erradicar estos problemas, más aún si ellas van a exigir algún sacrificio de los países más ricos, la mayoría de los cuales han entrado en situación de recesión económica. Según él, la tendencia estará dirigida a resolver los problemas propios de cada país, reduciendo la ayuda externa al mínimo.
El Dr. Schargel también señaló que: “…los países subdesarrollados enfrentan una creciente degradación de los suelos, ocupación de espacios agrícolas por otros usos, disminución de los incrementos de rendimiento de los principales cultivos en los últimos 10 años y crecimiento poblacional acelerado en los países más pobres”. En este sentido, los científicos del Centro de Información Internacional de Suelos de Referencia (ISRIC, por sus siglas en inglés) determinaron que en los países en desarrollo la capa arable de los suelos se ha venido perdiendo por el efecto combinado de la erosión y la desertificación, procesos que se han intensificado en los últimos veinte años a consecuencia del mal uso de las tierras a tal extremo que se ha medido que la superficie perdida o degradada es casi igual al tamaño de Estados Unidos y Canadá juntos, es decir un área equivalente a 20 millones de kilómetros cuadrados, afectando en forma directa el bienestar de 300 millones de personas.
Ante este panorama, por demás angustiante para la humanidad, se impone no sólo una reflexión sino la definición y aplicación de políticas locales y globales cuyos objetivos estén orientados, por una parte, al logro de la estabilidad política y el mejoramiento de la calidad ambiental del entorno eco-social donde la gente hace su vida y, por la otra, a la erradicación del hambre y la pobreza en la que viven más de 2500 millones de personas en todo el mundo.
De acuerdo con el Dr. Rattan Lal, científico de suelo adscrito a la Universidad de Ohio, el origen de esta problemática radica en dos causas principales: la deforestación y la degradación de los suelos.
Las soluciones a nivel local o regional tienen que ver con la definición y aplicación de políticas de Estado dirigidas a la conservación y/o restauración de los bosques húmedos y muy húmedos, que ocupan la franja ecuatorial intertropical, particularmente la selva amazónica, también denominada el pulmón vegetal del planeta tierra por su alta producción de oxígeno y elevada retención o secuestro del carbono atmosférico.
Efectivamente, según el Grupo de Investigación “Iniciativa Amazónica” y el Programa de Servicios Ecosistémicos para el Alivio de la Pobreza (ESPA, por sus siglas en inglés) demostraron que la definición y aplicación de incentivos, por parte de los entes gubernamentales, en términos de exención de impuestos, certificación de productos y la promoción y el mantenimiento de actividades agro-turísticas o eco-turísticas no sólo ayudan al empoderamiento de las comunidades sino que ayudan a detener la deforestación en la Amazonía brasilera.
Estas políticas, bien aplicadas, pueden convertirse a la larga en prácticas culturales que ayudarán en la educación de las poblaciones locales toda vez que empiezan a reconocer que conservar su ambiente natural les conviene desde todo punto de vista, en particular la Amazonía, ya que sobre este ecosistema se cierne la amenaza masiva y potencial del cambio climático, porque: “… si las temperaturas siguen subiendo en la región, todo el sistema forestal amazónico alcanzará una condición de estado de equilibrio (termodinámico), a partir del cual la totalidad del bosque se convertirá en inflamable y se comenzarán a manifestar incendios forestales masivos, fuera control.”. De hecho, ya esta condición explosiva es bien sabida desde hace tiempo, toda vez que en Brasil ocurren más de 20.000 incendios de selva amazónica por año, constituyendo uno de los países que más CO2 lanzan a la atmósfera, razón por la cual ocupa el cuarto lugar entre los países que más dióxido de carbono produce en el mundo.
De allí la importancia del Plan Estratégico presentado el 08-12-2008 por el gobierno de Brasil en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, que actualmente se realiza en Polonia. Según los expertos en la materia, el protocolo firmado por el Presidente Lula es equivalente a cuatro veces el protocolo de Kioto. Este Plan Estratégico para afrontar el Cambio Climático abarca tres acciones estratégicas específicas: la lucha contra la destrucción de la Amazonia; el ahorro energético y la producción de biocombustibles con el fin de disminuir en 500 millones de toneladas, la emisión de CO2 para el año 2017.
En síntesis, la solución global al problema del hambre y la pobreza en el mundo está en su mayor parte en la restauración de los suelos devastados o los que aún están preservados, a través de la implantación de sistemas forestales, agroforestales, agrícolas y agroecológicos que aumenten la captación y el almacenamiento de agua en el suelo con el fin de garantizar no sólo la producción de medios de vida (madera, fibra y alimentos) sino la absorción masiva (secuestro) por la vegetación del dióxido de carbono atmosférico, responsable directo del calentamiento global.
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