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"He aquí a dos países hermanos, unidos como los dedos de un solo puño," afirmaba el socialista Hugo Chávez durante una visita a Teherán el pasado noviembre, dejando constancia de su alianza con el islamista Mahmoud Ahmadinejad. Camilo, hijo del Che Guevara que también visitó Teherán el año pasado, afirmaba que su padre habría "apoyado el país en su actual lucha contra Estados Unidos." Imitaban por separado a Fidel Castro, quien en una visita en 2001 decía a sus anfitriones que "Irán y Cuba, en cooperación mutua, pueden doblegar a América. Por su parte, Ilich Ramírez Sánchez ("Carlos el Chacal") escribía en su libro L'islam révolutionnaire ("El Islam revolucionario") que "sólo una coalición entre marxistas e islamistas puede destruir a Estados Unidos."
No son únicamente los izquierdistas latinoamericanos los que perciben el potencial del islamismo. Ken Livingstone, el ex alcalde trotskista de Londres, abrazaba literalmente al notorio pensador islamista Yusuf al-Qaradawi. Ramsey Clark, ex fiscal general de los Estados Unidos, visitaba al ayatolá Jomeini y ofrecía su apoyo. Noam Chomsky, el profesor del MIT, visitaba al líder de Hizbulah Hassán Nasralah y suscribía la opinión de que Hizbulah conservara sus armas. Ella Vogelaar, ministra holandesa de vivienda, barrios e integración, tiene tamaña sintonía con el islamismo que un crítico, el profesor de origen iraní Afshin Ellian, la ha llamado "ministra de islamización."
Durante su primera campaña presidencial en 2004, Dennis Kucinich citaba el Corán y ponía en pie a una audiencia musulmana para cantar "Alahu ajbar" ("Alá es grande") y hasta anunciaba, "tengo un ejemplar del Corán en mi despacho." Spark, la publicación del partido Laborista Socialista de Gran Bretaña dirigida a los jóvenes, elogiaba a Asif Mohammed Hanif, el terrorista suicida británico que atacó un bar de Tel Aviv describiéndole como "un héroe de las juventudes revolucionarias" que había llevado a cabo su misión "en la línea de la internacional." Mundo Obrero, un periódico comunista estadounidense, publicaba una esquela elogiando la obra del jefe terrorista de Hizbulah, Imad Mughniyeh.
Algunos izquierdistas van más allá. Varios -- Carlos el Chacal, Roger Garaudy, Jacques Vergès, Yvonne Ridley o H. Rap Brown -- se han convertido realmente al islam. Otros responden con júbilo a la violencia y la brutalidad del islamismo. El compositor alemán Karlheinz Stockhausen calificaba el 11 de Septiembre de "la mayor obra de arte de todo el cosmos," mientras el difunto novelista estadounidense Norman Mailer llamaba "brillantes" a sus autores materiales.
Y no hay nada nuevo en esto. Durante la Guerra Fría, los islamistas preferían a la Unión Soviética antes que Estados Unidos. En palabras del ayatolá Jomeini en 1964, "América es peor que Gran Bretaña, Gran Bretaña es peor que América y la Unión Soviética es peor que ambos. Cada uno es peor que el resto, cada uno es más abominable que el resto. Pero nuestro problema hoy es esta perversa entidad que es América." En 1986 yo escribí que "la URSS no se llevó más que una pequeña parte del odio y la virulencia dirigidos contra Estados Unidos."
Los izquierdistas acusaron el cumplido. En 1978-79, el filósofo francés Michel Foucault expresaba gran entusiasmo por la revolución iraní. Janet Afary y Kevin B. Anderson explican:
A lo largo de toda su vida, el concepto de autenticidad de Michel Foucault consistió en observar aquellas situaciones en las que la gente corría peligro y flirteaba con la muerte, donde se origina la creatividad. Siguiendo la tradición de Friedrich Nietzsche y Georges Bataille, Foucault se decantaba por el artista que superaba los límites del raciocinio y escribía con gran pasión en defensa de las irracionalidades que superaban nuevas fronteras. En 1978, Foucault encontraba tales fuerzas prometedoras en la figura revolucionaria del ayatolá Jomeini y en los millones que arriesgaron sus vidas mientras le seguían en el curso de la Revolución. Sabía que tales experiencias límite podían conducir a formas nuevas de creatividad y les prestó su apoyo apasionadamente.
Otro filósofo francés, Jean Baudrillard, retrataba a los islamistas como esclavos en rebelión contra el orden represor. En 1978, Foucault calificaba de "santo" al ayatolá Jomeini y un año más tarde, el embajador de Jimmy Carter ante Naciones Unidas, Andrew Young, le llamaba "una especie de santo."
Esta disposición puede parecer sorprendente al tener en cuenta las marcadas diferencias que separan ambos movimientos. Los comunistas son ateos y los izquierdistas son seculares; los islamistas ejecutan a los ateos e implementan la ley islámica. La izquierda exalta al trabajador; el islamismo concede privilegios a los musulmanes. Una sueña con el paraíso de los trabajadores, el otro con un califato. Los socialistas quieren socialismo; los islamistas afectan el libre mercado. El marxismo implica la igualdad entre los sexos; el islamismo oprime a la mujer. Los izquierdistas desprecian la esclavitud; algunos islamistas son partidarios de ella. Como observa el periodista Bret Stephens, la izquierda ha dedicado "las cuatro últimas décadas a defender las mismas libertades a las que más se opone el islam: libertad sexual y marital, derechos de los homosexuales, independencia religiosa, pornografía y varias formas de transgresión artística, pacifismo y demás."
Estas discrepancias parecen eclipsar los pocos parecidos que el ex presidente del partido Socialdemócrata de Alemania, Oskar Lafontaine, lograba encontrar: "El islam depende de la unidad, lo que le sitúa en oposición radical al individualismo extremo, que amenaza ruina en Occidente. [Además,] el musulmán devoto está obligado a compartir su riqueza con los demás. Los izquierdistas también desean ver al fuerte ayudando al débil."
¿Por qué se produce entonces la formación de lo que David Horowitz llama la "alianza maldita" izquierdista-islamista? Por cuatro motivos principales.
En primer lugar, como explica el político británico George Galloway, "el movimiento progresista por todo el mundo y los musulmanes tienen los mismos enemigos," a saber, la civilización occidental en general y Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel en particular, mas los judíos, los fieles cristianos y los capitalistas internacionales. Según el analista político de Teherán Saeed Leylaz, en Irán "el gobierno prácticamente permite actuar a la izquierda desde hace cinco años para hacer frente a los religiosos liberales."
Escuche sus discursos intercambiables: Harold Pinter describe a América como "un país dirigido por un puñado de lunáticos delincuentes" y Osama bin Laden llama al país "injusto, criminal y tiránico." Noam Chomsky etiqueta a América como "un importante estado terrorista" y Hafiz Hussain Ahmed, un líder político paquistaní, se refiere a ella como "el mayor estado terrorista." Estas singularidades bastan para convencer a las dos partes de dejar al margen sus muchas diferencias en aras de la colaboración.
En segundo lugar, las dos partes comparten ciertos objetivos políticos. Una multitudinaria manifestación conjunta en 2003 en Londres para oponerse a la guerra contra Sadam Hussein selló su alianza de manera simbólica. Ambas partes desean que las fuerzas de la coalición pierdan en Irak, que se cierre la Guerra contra el Terror, que el antiamericanismo se extienda y la desaparición de Israel. Convienen en la inmigración masiva a, y el multiculturalismo en Occidente. Cooperan en materia de estos objetivos en reuniones tales como la Conferencia Pacifista Anual de El Cairo, que congrega a izquierdistas e islamistas para forjar "una alianza internacional contra el imperialismo y el sionismo."
En tercero, el islamismo tiene vínculos históricos y filosóficos con el marxismo-leninismo. Sayyid Qutb, el pensador islamista egipcio, aceptaba la noción marxista de las etapas de la historia, añadiendo únicamente a ella un tinte islámico; predijo que una era islámica eterna llegaría tras el colapso del capitalismo y el comunismo. Ali Shariati, el intelectual clave detrás de la revolución iraní de 1978-79, tradujo a Franz Fanon, al Che Guevara y a Jean-Paul Sartre al persa. Más en general, el analista iraní Azar Nafisi observa que el islamismo "toma su vocabulario, sus objetivos y aspiraciones de las nociones más burdas del marxismo en la misma medida que de la religión. Sus líderes están tan influenciados por Lenin, Sartre, Stalin y Fanon como por el Profeta."
Pasando de la teoría a la práctica, los marxistas ven a los islamistas como una extraña cristalización de sus profecías. Marx pronostica que los beneficios de las empresas se desplomarían en los países industrializados, invitando a los jefes a exprimir a los trabajadores; el estamento obrero se empobrecería, se revelaría y establecería un orden socialista. Pero, en lugar de eso, el estamento obrero de los países industrializados se volvió más próspero que nunca, y su potencial revolucionario se desvaneció. Durante siglo y medio, observa el escritor Lee Harris, los marxistas esperaron en vano la crisis del capitalismo. Entonces se presentaron los islamistas, empezando con la Revolución iraní seguida del 11 de Septiembre y otros ataques contra Occidente. Por fin el Tercer Mundo había comenzado a revolverse contra Occidente, validando las predicciones marxistas -- incluso enarbolando la bandera equivocada y con objetivos incompletos. Olivier Besancenot, un izquierdista francés, percibe a los islamistas como "los nuevos esclavos" del capitalismo y pregunta si no es natural que "se unan a la clase trabajadora para destruir el sistema capitalista." En un momento en que el movimiento comunista se encuentra "de capa caída," observa el analista Lorenzo Vidino y el periodista Andrea Morigi, las "Nuevas Brigadas Rojas" de Italia reconocen tácitamente "el papel de liderazgo de los clérigos reaccionarios."
En cuarto lugar, el poder: izquierdistas e islamistas pueden lograr más juntos que por separado. En Gran Bretaña constituyeron conjuntamente la Stop the War Coalition, cuyo comité de dirección incluye la representación de organizaciones tales como el Partido Comunista de Gran Bretaña o la Asociación Musulmana de Gran Bretaña. El partido R.e.s.p.e.c.t aglutina el socialismo internacional radical con la ideología islamista. Las dos partes unieron fuerzas de cara a las elecciones al Parlamento Europeo de marzo de 2008 para ofrecer listas de candidatos comunes en Francia y Gran Bretaña disfrazadas bajo nombres del partido poco reveladores.
Los islamistas se benefician en concreto del acceso, la legitimidad, las habilidades y el impacto que les proporciona la izquierda. Cherie Booth, esposa del entonces primer ministro Tony Blair, ejerció de letrado de la defensa en la apelación para ayudar a una niña, Shabina Begum, a llevar el jilbab, una vestimenta islámica, en un centro británico. Lynne Stewart, abogada izquierdista, violó la ley estadounidense y fue a la cárcel por ayudar a Omar Abdel Rahman, el jeque ciego, a alentar la revolución en Egipto. Volkert van der Graaf, el fanático de los derechos de los animales, asesinó al político holandés Pim Fortuyn con el fin de impedirle convertir "en chivos expiatorios" a los musulmanes. Vanessa Redgrave aportó la mitad de las 50.000 libras de fianza para que Jamil el-Banna, un sospechoso encerrado en Guantánamo acusado de reclutar a jihadistas para luchar en Afganistán e Indonesia, pudiera abandonar una cárcel británica; Redgrave describía la ayuda a el-Banna por su parte como "un profundo honor" a pesar de estar en busca y captura en España bajo cargos de terrorismo y ser sospechoso de vínculos con al-Qaeda. A una escala mayor, el partido comunista hindú hizo el trabajo sucio a Teherán al retrasar cuatro meses el lanzamiento radicado en la India del TecSar, un satélite espía israelí. Y los izquierdistas fundaron el Movimiento Internacional de Solidaridad encaminado a evitar que las fuerzas israelíes de seguridad protejan al país de Hamas y el resto del terrorismo palestino.
Escribiendo en el Spectator londinense, Douglas Davis llama a la coalición "una bendición para ambas partes. La izquierda, un atajo de comunistas, trotskistas, maoistas y castristas en horas bajas, se venía aferrando a los despojos de una causa en las últimas; los islamistas podrían aportar miembros y pasión, pero precisaban de un vehículo que les permitiera avanzar en el terreno político. Una alianza táctica se convirtió en el imperativo operativo." Más sencillamente, coincide un izquierdista británico: "Las ventajas prácticas de trabajar juntos son suficientes para compensar las diferencias."
La emergente alianza entre islamistas e izquierdistas occidentales aparece a la cabeza de los sucesos políticos más preocupantes del momento, dado que obstaculiza los esfuerzos de Occidente por protegerse.
Cuando Stalin y Hitler concluyeron su infame pacto de 1939, la alianza rojiparda planteaba un peligro mortal para Occidente y, en la práctica, para la propia civilización. De manera menos dramática pero no menos segura, la coalición de hoy plantea la misma amenaza. Al igual que hace siete décadas, esta tiene que ser evidenciada, rechazada, combatida y derrotada
No son únicamente los izquierdistas latinoamericanos los que perciben el potencial del islamismo. Ken Livingstone, el ex alcalde trotskista de Londres, abrazaba literalmente al notorio pensador islamista Yusuf al-Qaradawi. Ramsey Clark, ex fiscal general de los Estados Unidos, visitaba al ayatolá Jomeini y ofrecía su apoyo. Noam Chomsky, el profesor del MIT, visitaba al líder de Hizbulah Hassán Nasralah y suscribía la opinión de que Hizbulah conservara sus armas. Ella Vogelaar, ministra holandesa de vivienda, barrios e integración, tiene tamaña sintonía con el islamismo que un crítico, el profesor de origen iraní Afshin Ellian, la ha llamado "ministra de islamización."
Durante su primera campaña presidencial en 2004, Dennis Kucinich citaba el Corán y ponía en pie a una audiencia musulmana para cantar "Alahu ajbar" ("Alá es grande") y hasta anunciaba, "tengo un ejemplar del Corán en mi despacho." Spark, la publicación del partido Laborista Socialista de Gran Bretaña dirigida a los jóvenes, elogiaba a Asif Mohammed Hanif, el terrorista suicida británico que atacó un bar de Tel Aviv describiéndole como "un héroe de las juventudes revolucionarias" que había llevado a cabo su misión "en la línea de la internacional." Mundo Obrero, un periódico comunista estadounidense, publicaba una esquela elogiando la obra del jefe terrorista de Hizbulah, Imad Mughniyeh.
Algunos izquierdistas van más allá. Varios -- Carlos el Chacal, Roger Garaudy, Jacques Vergès, Yvonne Ridley o H. Rap Brown -- se han convertido realmente al islam. Otros responden con júbilo a la violencia y la brutalidad del islamismo. El compositor alemán Karlheinz Stockhausen calificaba el 11 de Septiembre de "la mayor obra de arte de todo el cosmos," mientras el difunto novelista estadounidense Norman Mailer llamaba "brillantes" a sus autores materiales.
Y no hay nada nuevo en esto. Durante la Guerra Fría, los islamistas preferían a la Unión Soviética antes que Estados Unidos. En palabras del ayatolá Jomeini en 1964, "América es peor que Gran Bretaña, Gran Bretaña es peor que América y la Unión Soviética es peor que ambos. Cada uno es peor que el resto, cada uno es más abominable que el resto. Pero nuestro problema hoy es esta perversa entidad que es América." En 1986 yo escribí que "la URSS no se llevó más que una pequeña parte del odio y la virulencia dirigidos contra Estados Unidos."
Los izquierdistas acusaron el cumplido. En 1978-79, el filósofo francés Michel Foucault expresaba gran entusiasmo por la revolución iraní. Janet Afary y Kevin B. Anderson explican:
A lo largo de toda su vida, el concepto de autenticidad de Michel Foucault consistió en observar aquellas situaciones en las que la gente corría peligro y flirteaba con la muerte, donde se origina la creatividad. Siguiendo la tradición de Friedrich Nietzsche y Georges Bataille, Foucault se decantaba por el artista que superaba los límites del raciocinio y escribía con gran pasión en defensa de las irracionalidades que superaban nuevas fronteras. En 1978, Foucault encontraba tales fuerzas prometedoras en la figura revolucionaria del ayatolá Jomeini y en los millones que arriesgaron sus vidas mientras le seguían en el curso de la Revolución. Sabía que tales experiencias límite podían conducir a formas nuevas de creatividad y les prestó su apoyo apasionadamente.
Otro filósofo francés, Jean Baudrillard, retrataba a los islamistas como esclavos en rebelión contra el orden represor. En 1978, Foucault calificaba de "santo" al ayatolá Jomeini y un año más tarde, el embajador de Jimmy Carter ante Naciones Unidas, Andrew Young, le llamaba "una especie de santo."
Esta disposición puede parecer sorprendente al tener en cuenta las marcadas diferencias que separan ambos movimientos. Los comunistas son ateos y los izquierdistas son seculares; los islamistas ejecutan a los ateos e implementan la ley islámica. La izquierda exalta al trabajador; el islamismo concede privilegios a los musulmanes. Una sueña con el paraíso de los trabajadores, el otro con un califato. Los socialistas quieren socialismo; los islamistas afectan el libre mercado. El marxismo implica la igualdad entre los sexos; el islamismo oprime a la mujer. Los izquierdistas desprecian la esclavitud; algunos islamistas son partidarios de ella. Como observa el periodista Bret Stephens, la izquierda ha dedicado "las cuatro últimas décadas a defender las mismas libertades a las que más se opone el islam: libertad sexual y marital, derechos de los homosexuales, independencia religiosa, pornografía y varias formas de transgresión artística, pacifismo y demás."
Estas discrepancias parecen eclipsar los pocos parecidos que el ex presidente del partido Socialdemócrata de Alemania, Oskar Lafontaine, lograba encontrar: "El islam depende de la unidad, lo que le sitúa en oposición radical al individualismo extremo, que amenaza ruina en Occidente. [Además,] el musulmán devoto está obligado a compartir su riqueza con los demás. Los izquierdistas también desean ver al fuerte ayudando al débil."
¿Por qué se produce entonces la formación de lo que David Horowitz llama la "alianza maldita" izquierdista-islamista? Por cuatro motivos principales.
En primer lugar, como explica el político británico George Galloway, "el movimiento progresista por todo el mundo y los musulmanes tienen los mismos enemigos," a saber, la civilización occidental en general y Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel en particular, mas los judíos, los fieles cristianos y los capitalistas internacionales. Según el analista político de Teherán Saeed Leylaz, en Irán "el gobierno prácticamente permite actuar a la izquierda desde hace cinco años para hacer frente a los religiosos liberales."
Escuche sus discursos intercambiables: Harold Pinter describe a América como "un país dirigido por un puñado de lunáticos delincuentes" y Osama bin Laden llama al país "injusto, criminal y tiránico." Noam Chomsky etiqueta a América como "un importante estado terrorista" y Hafiz Hussain Ahmed, un líder político paquistaní, se refiere a ella como "el mayor estado terrorista." Estas singularidades bastan para convencer a las dos partes de dejar al margen sus muchas diferencias en aras de la colaboración.
En segundo lugar, las dos partes comparten ciertos objetivos políticos. Una multitudinaria manifestación conjunta en 2003 en Londres para oponerse a la guerra contra Sadam Hussein selló su alianza de manera simbólica. Ambas partes desean que las fuerzas de la coalición pierdan en Irak, que se cierre la Guerra contra el Terror, que el antiamericanismo se extienda y la desaparición de Israel. Convienen en la inmigración masiva a, y el multiculturalismo en Occidente. Cooperan en materia de estos objetivos en reuniones tales como la Conferencia Pacifista Anual de El Cairo, que congrega a izquierdistas e islamistas para forjar "una alianza internacional contra el imperialismo y el sionismo."
En tercero, el islamismo tiene vínculos históricos y filosóficos con el marxismo-leninismo. Sayyid Qutb, el pensador islamista egipcio, aceptaba la noción marxista de las etapas de la historia, añadiendo únicamente a ella un tinte islámico; predijo que una era islámica eterna llegaría tras el colapso del capitalismo y el comunismo. Ali Shariati, el intelectual clave detrás de la revolución iraní de 1978-79, tradujo a Franz Fanon, al Che Guevara y a Jean-Paul Sartre al persa. Más en general, el analista iraní Azar Nafisi observa que el islamismo "toma su vocabulario, sus objetivos y aspiraciones de las nociones más burdas del marxismo en la misma medida que de la religión. Sus líderes están tan influenciados por Lenin, Sartre, Stalin y Fanon como por el Profeta."
Pasando de la teoría a la práctica, los marxistas ven a los islamistas como una extraña cristalización de sus profecías. Marx pronostica que los beneficios de las empresas se desplomarían en los países industrializados, invitando a los jefes a exprimir a los trabajadores; el estamento obrero se empobrecería, se revelaría y establecería un orden socialista. Pero, en lugar de eso, el estamento obrero de los países industrializados se volvió más próspero que nunca, y su potencial revolucionario se desvaneció. Durante siglo y medio, observa el escritor Lee Harris, los marxistas esperaron en vano la crisis del capitalismo. Entonces se presentaron los islamistas, empezando con la Revolución iraní seguida del 11 de Septiembre y otros ataques contra Occidente. Por fin el Tercer Mundo había comenzado a revolverse contra Occidente, validando las predicciones marxistas -- incluso enarbolando la bandera equivocada y con objetivos incompletos. Olivier Besancenot, un izquierdista francés, percibe a los islamistas como "los nuevos esclavos" del capitalismo y pregunta si no es natural que "se unan a la clase trabajadora para destruir el sistema capitalista." En un momento en que el movimiento comunista se encuentra "de capa caída," observa el analista Lorenzo Vidino y el periodista Andrea Morigi, las "Nuevas Brigadas Rojas" de Italia reconocen tácitamente "el papel de liderazgo de los clérigos reaccionarios."
En cuarto lugar, el poder: izquierdistas e islamistas pueden lograr más juntos que por separado. En Gran Bretaña constituyeron conjuntamente la Stop the War Coalition, cuyo comité de dirección incluye la representación de organizaciones tales como el Partido Comunista de Gran Bretaña o la Asociación Musulmana de Gran Bretaña. El partido R.e.s.p.e.c.t aglutina el socialismo internacional radical con la ideología islamista. Las dos partes unieron fuerzas de cara a las elecciones al Parlamento Europeo de marzo de 2008 para ofrecer listas de candidatos comunes en Francia y Gran Bretaña disfrazadas bajo nombres del partido poco reveladores.
Los islamistas se benefician en concreto del acceso, la legitimidad, las habilidades y el impacto que les proporciona la izquierda. Cherie Booth, esposa del entonces primer ministro Tony Blair, ejerció de letrado de la defensa en la apelación para ayudar a una niña, Shabina Begum, a llevar el jilbab, una vestimenta islámica, en un centro británico. Lynne Stewart, abogada izquierdista, violó la ley estadounidense y fue a la cárcel por ayudar a Omar Abdel Rahman, el jeque ciego, a alentar la revolución en Egipto. Volkert van der Graaf, el fanático de los derechos de los animales, asesinó al político holandés Pim Fortuyn con el fin de impedirle convertir "en chivos expiatorios" a los musulmanes. Vanessa Redgrave aportó la mitad de las 50.000 libras de fianza para que Jamil el-Banna, un sospechoso encerrado en Guantánamo acusado de reclutar a jihadistas para luchar en Afganistán e Indonesia, pudiera abandonar una cárcel británica; Redgrave describía la ayuda a el-Banna por su parte como "un profundo honor" a pesar de estar en busca y captura en España bajo cargos de terrorismo y ser sospechoso de vínculos con al-Qaeda. A una escala mayor, el partido comunista hindú hizo el trabajo sucio a Teherán al retrasar cuatro meses el lanzamiento radicado en la India del TecSar, un satélite espía israelí. Y los izquierdistas fundaron el Movimiento Internacional de Solidaridad encaminado a evitar que las fuerzas israelíes de seguridad protejan al país de Hamas y el resto del terrorismo palestino.
Escribiendo en el Spectator londinense, Douglas Davis llama a la coalición "una bendición para ambas partes. La izquierda, un atajo de comunistas, trotskistas, maoistas y castristas en horas bajas, se venía aferrando a los despojos de una causa en las últimas; los islamistas podrían aportar miembros y pasión, pero precisaban de un vehículo que les permitiera avanzar en el terreno político. Una alianza táctica se convirtió en el imperativo operativo." Más sencillamente, coincide un izquierdista británico: "Las ventajas prácticas de trabajar juntos son suficientes para compensar las diferencias."
La emergente alianza entre islamistas e izquierdistas occidentales aparece a la cabeza de los sucesos políticos más preocupantes del momento, dado que obstaculiza los esfuerzos de Occidente por protegerse.
Cuando Stalin y Hitler concluyeron su infame pacto de 1939, la alianza rojiparda planteaba un peligro mortal para Occidente y, en la práctica, para la propia civilización. De manera menos dramática pero no menos segura, la coalición de hoy plantea la misma amenaza. Al igual que hace siete décadas, esta tiene que ser evidenciada, rechazada, combatida y derrotada
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